La actividad física es clave para conservar el bienestar general. No obstante, no todas las rutinas tienen la misma finalidad ni producen iguales beneficios en el cuerpo. Por esta razón, resulta fundamental distinguir entre el entrenamiento convencional y el tratamiento con movimiento, términos que suelen mezclarse pero que responden a propósitos diferentes. Mientras el primero busca mejorar la condición física, el segundo se enfoca en la recuperación y prevención de dolencias.
El movimiento corporal con fines de mejorar la condición física abarca actividades estructuradas y repetitivas. Esto incluye ejercicios aeróbicos como trotar, nadar o montar en bicicleta, entrenamientos de fuerza como el uso de pesas y prácticas enfocadas en la flexibilidad y el equilibrio, como el yoga o el pilates.
Los efectos positivos de mantenerse activo van desde fortalecer el sistema cardiovascular hasta mejorar la resistencia muscular y la densidad ósea. También contribuye a regular el peso corporal, disminuir la tensión emocional y potenciar el bienestar general mediante la producción de endorfinas.
Para conservar un estado físico óptimo, la Organización Mundial de la Salud sugiere que los adultos realicen, al menos, 150 minutos semanales de ejercicio de intensidad moderada. Esto permite mantener el organismo en buen funcionamiento y reducir el riesgo de enfermedades relacionadas con el sedentarismo.
El entrenamiento con fines terapéuticos es una forma de actividad planificada para atender, evitar o recuperar alteraciones en el cuerpo. Forma parte fundamental de la fisioterapia y la medicina de rehabilitación, siendo prescrito por especialistas de la salud en función de las condiciones particulares de cada individuo.
A diferencia de la actividad física convencional, este tipo de ejercicio no persigue mejorar el desempeño atlético ni modificar la apariencia, sino restablecer capacidades afectadas, disminuir molestias y reducir el riesgo de que ciertas afecciones reaparezcan. Su aplicación es frecuente en personas con trastornos musculares, problemas neurológicos o dificultades respiratorias, entre otras condiciones.
La actividad física y el ejercicio terapéutico tienen propósitos distintos. Mientras que el primero está orientado a mejorar la salud general, incrementar la resistencia y fortalecer el cuerpo, el segundo se enfoca en la recuperación de lesiones, la prevención de dolencias específicas y la rehabilitación de ciertas áreas del organismo. Una diferencia clave es la supervisión profesional. El ejercicio terapéutico requiere la orientación de un especialista en salud, quien diseña un plan adecuado para las necesidades del paciente, mientras que el ejercicio físico puede realizarse de manera autónoma, siguiendo rutinas generales o programas diseñados para distintos niveles de condición.
Otro aspecto fundamental es la personalización. Aunque cualquier plan de entrenamiento puede ajustarse a distintos niveles de capacidad, los programas terapéuticos están diseñados de manera precisa para atender problemas concretos, teniendo en cuenta las limitaciones y objetivos específicos de cada persona. También varía el impacto en el organismo. Mientras que la actividad física fortalece la musculatura, mejora la resistencia y aumenta la flexibilidad de manera global, el ejercicio terapéutico se centra en la recuperación de zonas específicas, ayudando a restaurar la movilidad, aliviar el dolor y corregir desequilibrios.
Por último, el objetivo de cada tipo de ejercicio marca una gran diferencia. La actividad física busca mejorar el estado de salud general, potenciar el rendimiento y mantener el bienestar a largo plazo. En cambio, el ejercicio terapéutico tiene un propósito más concreto, ya que se aplica en personas que requieren tratamiento para una dolencia o que buscan prevenir futuras complicaciones físicas. Ambos enfoques pueden complementarse, pero la elección de uno u otro dependerá de las necesidades individuales y del estado de salud de cada persona.
Como nos comentan los expertos en entrenamientos, lo mejor para la rehabilitación es el ejercicio terapéutico, ya que facilita la recuperación de lesiones y mejora el estado general del cuerpo. Dependiendo del tipo de afección, los programas de rehabilitación se adaptan a las necesidades específicas de cada paciente, pero en términos generales, incluyen actividades para mejorar la movilidad, fortalecer los músculos y aumentar la flexibilidad.
En primer lugar, los ejercicios de movilidad son esenciales y se aplican al inicio de cualquier plan de rehabilitación. Estos ejercicios se enfocan en recuperar el rango de movimiento de la articulación o músculo lesionado. Un ejemplo típico sería la movilización de la rodilla después de una lesión o las actividades de cuello para aliviar la tensión y rigidez.
Una vez que se alcanza una mejor movilidad, es momento de incorporar ejercicios de fortalecimiento. Estos son fundamentales para recuperar la fuerza muscular y evitar futuras complicaciones. En casos como una lesión de rodilla, se pueden utilizar técnicas como las sentadillas asistidas o el uso de bandas elásticas para reforzar los músculos involucrados, como los cuádriceps y los isquiotibiales.
Por último, los estiramientos son clave para mantener una buena flexibilidad y evitar la rigidez muscular. Estos ejercicios permiten que los músculos se relajen y se alarguen de manera gradual, lo que contribuye a la prevención de nuevas lesiones y mejora la función corporal general.
Este tipo de ejercicio no solo es útil para las personas en recuperación, sino también para quienes padecen afecciones crónicas como la artritis o la fibromialgia. En estos casos, los ejercicios deben ser suaves y controlados para asegurar que el paciente no experimente dolor, pero sí obtenga beneficios importantes para su bienestar.